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Después de la primera edición en 1486 de Malleus Maleficarum [o Martillo de las Brujas] escrito por los sacerdotes dominicos alemanes Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, quedaba legitimada ante la autoridad eclesiástica la denuncia de las conductas extrañas, especialmente de las mujeres, que podían así ser acusadas legalmente de brujería y condenadas a sufrir las más severas penas. Ampliamente reeditado y difundido por toda Europa, el Malleus indica expresamente que cualquier persona puede testificar en contra del sospechoso o sospechosa, sin necesidad de descubrir su identidad , ni definir exactamente de qué se le acusa.
En este contexto, en la Europa medieval no era seguro escribir manuscritos que contuvieran experimentos químicos, fórmulas medicinales o símbolos astrológicos, ya que cualquiera podía ser tachado de confabular con el demonio. Pero no sólo era costumbre utilizar códigos secretos y símbolos para ocultar ideas o registros comprometedores, sino también para salvaguardar secretos de Estado o valiosa información que podía ser interceptada cuando viajaba de un lugar a otro. El arte de la criptografía, es decir, el arte de ocultar información mediante el lenguaje cifrado, ha ido a la par con el arte de criptología, la ciencia que estudia los códigos secretos. Hoy día, casi todos los códigos han podido ser dilucidados, pero algunos se han resistido al paso del tiempo y siguen envueltos en un halo de misterio.
Es el caso del manuscrito Voynich, que sigue representando un enigma de la criptografía histórica desde hace cinco siglos. Sólo se sabe que el libro fue escrito en el siglo XV en centro Europa, pero nadie ha logrado determinar su autoría, el significado de sus textos, ni tampoco el sentido de los extraños dibujos, esquemas y símbolos que ilustran sus pergaminos ...astrología, botánica, biología, anatomía, etc. Su posesión, a lo largo de los siglos, vincula a una larga lista de personalidades relevantes, como al emperador del Sacro Imperio Rodolfo II, Johannes Kepler o Roger Bacon, entre otros. |