| GUILLERMO MUÑOZ VERA: LA FUGACIDAD PERPETUA Jose Antonio Evora
   “Se puede  entrar”, dice Gary Nader, y no es que haya abierto su galería al visitante.  Esta mirando al óleo de Guillermo Muño Vera Piso en obras I, en el que un  puerta al fondo de un corredor da paso a una estancia donde una caja, un saco  de papel y dos cubetas de pintura hacen pensar que de un momento a otro  aparecerá el pintor. Es la quinta  exposición personal que Nader le organiza a Muñoz Vera en loa últimos 10 años,  y basta mirar las obras para entender por qué. El pintor chileno, radicado en  España hace ya más de dos décadas, se mueve entre el foto realismo y una  variante menos apasionada de la pintura naturalista con verdadera maestría. Ahora el  galerista trae sólo pieza hechas por el pintor durante los últimos tres años, y  se nota que la pasión por el detalle fotográfico visto en cuadros como  Chiquilín vistiéndose (1999) ya no marca su trabajo. Ocurre como si, después de  haberse demostrado a sí mismo que podía competir con la fotografía en base de  una técnica rigurosa, el pintor hubiera empezado a preguntarse de qué otra  forma podía robarle visiones a la realido sin tener que someterse a sus tercos  detalles. La pintura  realista entraña siempre un riesgo para quien lo hace, y es el verse acusado de  falta de imaginación. Si bien es cierto que el artista no viene a concebir algo  estrictamente nuevo desde el punto de vista de la experiencia del observador  común, eso no significa que le sean necesariamente ajenas a novedades de otro  tipo, acaso más sutiles. Está claro que se trata de un camino recorrido hasta  el cansancio en la historia del arte. Por eso mismo, sin embargo, el desafío de  aportar algo valioso es mayor. Muñoz Vera ha  entrado en esa fase de la carrera de todo gran artista en la que la peripecia  técnica le impide traicionarse y retroceder. Los años tocando a las puertas del  hiperrealismo curtiendo su manera de ver las cosas. Estas piezas reunidas ahora  para  Nader marcan el despegue hacia la  consumación de un estilo que, aprovechando las lecciones de los impresionistas  y de los neoimpresionistas con la luz, carga su realismo de vibraciones  inéditas. Los Andes en  marzo (2004), una de las obras más recientes entre las expuestas, es el típico  ejemplo de cómo el artista, sin prodigar detalles, le reproduce la condición  esencial del paisaje pintado: su majestuosidad. Si la obra atrapa el espíritu  de algo no es el del lugar, sino el del momento en que ese lugar fue visto  desde la perspectiva del artista, con todo lo que eso entraña. Su realismo  renuncia a la imitación de la realidad, a cambio de perpetuar el fugaz momento  en que esa realidad se hizo notable pera observar que era él. La fotografía  deja constancia de una visión, mientras que la pintura de Muñoz vera compite  con esa misma visión, dotándola de las impresiones que arrastró luego de  haberla experimentado. Si aceptamos que detrás de todo esto esta l luz, no sólo  serán difíciles convenir en que el suyo no es tanto un realismo de la  figuración. De lejos,  nadie discrimina que en El Mar (2003) están saltando las olas y que la espuma  se desvanece en la resaca. De cerca, sin embargo, la cuestión se reduce a unos  cuantos tonos blancos acentuados aquí, y otros más pálidos allá. Maia II (2004)  es un fabuloso retrato de una muchacha afgana que levanta la vista de un libro.  El espacio ocupado por una figura es menor del que queda libre, pero,  contemplada a distancia, es justamente esa distribución lo que le da al cuadro  un equilibrio.  Excepto ése y  algún otro, sus cuadros abundan en escenas donde no aparece persona alguna.  Muchos de los lugares elegidos por Muñoz Vera para sus pinturas están en medio  de algún proceso incluso, por lo que la ausencia de individuos se compensa con  las huellas de su paso. Parece como si no quisiera que una presencia humana  desviara la atención de aquellos detalles del espacio cuya textura, iluminación  y disposición le interesa subrayar. Y también el tiempo porque la falta de vida  le resta importancia a su avance. La escalera (2004) es un buen ejemplo. Piezas como  Cielo patagónico (2004) dan una idea de lo que el pintor es capaz de hacer para  que sea cada vez más luz, y no la línea, la protagonista de su realismo. Esa,  Los Andes en marzo y La cordillera están en el mismo grupo. De sus pinceladas  gruesas u crujientes está emergiendo un Muñoz Vera que parece dispuesto a  abandonar la comodidad de la meta para lanzarse en otra carrera. |