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  LA BAHÍA DE LA CONCEPCIÓN EN 1557
Primer encuentro de Hurtado de Mendoza con los Mapuche
   
  HURTADO DE MENDOZA Y MANRIQUE
[España, Cuenca, 1535 - Madrid, 1609]
Gobernador de Chile y VIII Virrey del Perú
 

Hijo de Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, siguió la carrera de las armas. Combatió en Italia, Francia y Flandes al servicio de Carlos V. Se encontraba en Londres con el infante Felipe cuando su padre fue nombrado virrey del Perú, y hubo de acompañarlo a tierras americanas.

Debido al fallecimiento del gobernador de Chile, Jerónimo de Alderete, García Hurtado de Mendoza fue nombrado para ese cargo por su padre a la edad de 21 años. Con una comitiva de 450 hombres, entre ellos Alonso de Ercilla, se embarcó para Chile y llegó a La Serena, donde tomó posesión de su cargo en 1557. Ya en Santiago, y como primera medida como gobernador, apresó y envió al Perú a Francisco de Aguirre y a Francisco de Villagra, por una disputa que sostenían sobre la sucesión de Pedro de Valdivia muerto por los Araucanos.

A García Hurtado de Mendoza le correspondió realizar la campaña de pacificación de Arauco. Organizó para ello un ejército compuesto de 500 españoles y cerca de 4.000 indios auxiliares participando en las batallas de Lagunillas y Millarapue, donde su ejército se enfrentó al toqui Caupolicán. Hizo repoblar Concepción, mandó reconstruir el fuerte de Tucapel y más al sur, en1558, fundó la ciudad de Osorno.

Hurtado de Mendoza envió además una expedición al estrecho de Magallanes, en la que se tomó posesión del territorio en nombre del rey y del gobernador. Trasladó Los Confines a las llanuras de Angol, cambiándole el nombre por Los Infantes o San Andrés de Angol (1559). En la región de Cuyo mandó fundar Mendoza (1561), y logró asentar la dominación española al norte del Biobío y Cuyo.

Su actitud autoritaria y la posible enemistad con otros conquistadores motivaron quejas en España, y en 1561 fue destituido por Felipe II. Regresó a Perú, donde fue sometido a un juicio de residencia del que salió absuelto gracias a las influencias de su familia, y viajó luego a España, donde continuó al servicio del rey. Heredó el título nobiliario de su padre y en 1589 fue nombrado virrey del Perú.

 

 
 

García Hurtado de Mendoza y Manrique,
IV marqués de Cañete

[España,Cuenca,1535 - Madrid, 1609]
Gobernador de Chile y VIII Virrey del Perú
Fuente: [Wikipedia]
En el esquema se muestra su primer viaje
a la región de La Araucanía realizado en 1557

 
  CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA
HECHOS DE DON GARCÍA HURTADO DE MENDOZA
 
'[33]
 

Texto preparado por Enrique Suárez Figaredo
El libro (se patentiza en no pocos lugares) persigue reivindicar la figura de don García Hurtado de Mendoza, recurriendo, si necesario, a justificar documentalmente algunos de sus hechos más discutidos como Virrey, en gran parte relacionados con las dificultades económicas de una Corona en permanente bancarrota. Ahí pierde el libro la viveza de los primeros capítulos; pero la lectura del Libro VI, todo él dedicado a relatar la corajuda expedición de Álvaro de Mendaña al descubrimiento y colonización de las islas Salomón, resulta particularmente interesante, y muestra bien la capacidad de Figueroa para adaptarse a distintos registros literarios.
E. S. F., Barcelona, julio 2006.


Del Libro Primero
[extractos]

[...]
Ya recebida la bendición de su padre, y oídos
de su boca documentos y advertencias saludables, se
embarcó en el puerto del Callao, acompañado del
Licenciado Hernando de Santillana (señalado por su
Teniente general en cosas de justicia, y Oidor de Lima), de
muchos Religiosos, de ricos Encomenderos, y de crecido
número de nobles, naturales de aquel Reino. Hecho al mar
con buen tiempo, navegó quinientas leguas de Costa, en
que pasó grandes trabajos, peligros, y tormentas, por no
estar aún bien descubierta aquella navegación. Llegó en fin
al puerto de la Serena, en la provincia de Coquimbo, que
es la primera de las de Chile. Esta ciudad dista sesenta
leguas de la de Santiago, donde estaba el General
Francisco de Villagrán.

En la misma Serena residía (también como General)
Francisco de Aguirre su vecino, y Encomendero.
Llamábanle Señoría, respeto de pretender el Gobierno de
aquel Reino, por cierto nombramiento del Gobernador don
Pedro de Valdivia, hallado en un testamento suyo.
[...]
Finalmente salieron a tierra, y hallando prevenidos caballos,
fueron a la Serena, donde Francisco [33] de Aguirre
tenía ya su casa en orden para aposentarle.

Llegado pues a la plaza mayor, fue recebido de la
ciudad, con la mayor grandeza que pudo, acompañada de
general regocijo. Allí dejado Aguirre su caballo, tomó de la
rienda el de don García, llevándole della hasta que se apeó,
a la puerta de la Iglesia, donde antes de entrar le dijo:

He sufrido señor Francisco de Aguirre, que haya traído de la
rienda mi caballo, por la autoridad Real que represento; que de
otra suerte, no lo permitiera, estimando yo como es justo su
persona.

Juzgó el General importante aquel género de pública
sumisión, para comenzar a derribar las colunas de su
mucho desvanecimiento. Habiendo hecho oración, le llevó
a su casa, en que le aposentó y regaló con espléndido
banquete. Tras él, dieron a don García cartas del
Gobernador Francisco de Villagrán, y de otra gente
principal del Reino, que leídas, y considerado lo que en
ellas se le escribía, se informó de todo lo que parecía
convenir. En particular visto el exceso con que eran
tratados los Indios de paz, y el mucho desorden que había
en servirse dellos, trayéndolos sobremanera apurados;
mandó que se juntasen los más Encomenderos que fuese
posible, y en razón desto les hizo la siguiente plática:

 
 
 
 
'[34] Simples, incultas. Más
adelante se les llama "menores"
[35] Les pertenecen
 

Osa tal vez el arte corregir los bizarros descuidos de la
naturaleza, si se pueden llamar descuidos los cuidadosos errores,
con que por tan diferentes caminos hermosea el universo. No va
(a mi parecer) encaminada la política a otro fin, que al de
cultivar la holgazana rustiquez, tan desabrida para el comercio
humano. Bien notorios son los bienes que sobran a bien
ordenadas repúblicas, cuando faltan a los hombres partes tan
inútiles, rudezas tan dañosas. Testigos son los templos, los
sacerdotes, los sacrificios, las divisiones de grados; las
distinciones de sangre; la forma de justicia; la manera de leyes; y
en fin, la tropa de tantas artes y ciencias. Este es el blanco (no las
riquezas solas) en que deben poner los ojos aquellos a quien el
Cielo comete el dominio de remotas Provincias, y la enseñanza de
gentes bozales [34]. Tutores deben ser, no usurpadores de sus
bienes. Propios son de tales menores [35]. Dióselos allí quien
repartió en las otras Provincias todo lo demás; y así se les debe la
entrega dellos, sólo con título de vasallaje, no de esclavitud. Por
otra parte, no falta quien quiera, sea natural la servidumbre de
algunos. Pruébalo el ejemplo de las cosas naturalmente
compuestas, en que se ve claro, cuál entre ellas deba mandar, y
cuál obedecer: por manera, que la mudanza de orden se volvería
en daño de la parte más débil, que o tenga sentido, o no, recibe
siempre perfección de la obediencia. No es justo se vuelvan jamás
inferiores los superiores de mérito; ni los inferiores, superiores.
De donde se infiere, ser injusto señor (aunque afortunado) el que
careciere de bondad; y al contrario, los virtuosos dignos de ser
llamados señores, aunque siervos.

He tenido noticia del riguroso tratamiento que padecen los
Indios de paz destas Provincias, contrario a todas leyes, y ajeno
de la intención de su Majestad, que es de que se traten como
hijos, con quien es loada la moderación, y el saber usar de espuela
y freno. El desorden pasado es menester enmendar, con medio y
modo conveniente, para que en lo venidero no tenga lugar tal
exorbitancia. Aligérense los pobres de su peso, y solicítese su
ganancia por el mejor y más fácil camino. Exclúyanse excesos,
fenezcan desaforadas imposiciones; y sobre todo, desterrad de
vuestros pechos la codicia, polilla roedora de las almas, y su más
disimulada muerte. Es la hacienda una muchedumbre de
instrumentos que sirven a la vida: conviene pues, sea dispuesta
su calidad según el menester del hombre. Si se viese un soldado,
que sin obrar las armas (instrumentos de su profesión) se
ocupase todo en fabricar otras, ¿a quién no causaría risa? Pues
bien dignos della son los que sin contentarse, ni valerse de los
bienes que poseen, anhelan por acumular otros. Así viven
engañados, como si los instrumentos no fueran hallados para el
arte, sino el arte para los instrumentos: esto es, creyendo no sirva
la hacienda para ayuda del vivir, sino el vivir para aumentar la
hacienda. Ricas de regalos y oro son estas partes, gozaldo todo
con blandura, no con violencia, como hasta aquí, pues della se ha
derivado tan eminente ruina como la presente en que estáis.
Tengo relación que el trabajo de las minas sufrido por los
naturales, sin ser reservado alguno de su continuación, ha
menoscabado mucho su número: gran lástima y error, pues de su
muchedumbre penden vuestras riquezas. Encárgoos observéis
inviolablemente las ordenanzas que publicaré en razón desto, sin
dar ocasión a que con castigo solicite escarmiento.

Tampoco de paso dejaré de advertir, cuán necesario sea,
hallaros siempre prevenidos para la guerra, y más aquí, donde
por tener cortas raíces el dominio, está tan poco seguro y firme.
Porque si bien la paz es cosa de tanta estima, que no deben los
buenos estados aspirar a otro fin; con todo eso siendo el apetito
del hombre tan vario como se sabe, conviene en la bonanza temer
la tormenta. Así los sabios antiguos se habituaron en medio de la
quietud al rumor de las armas; ni dejaron en tiempos ociosos de
ceñir las ciudades con torres y muros. Escribieron, y ordenaron
soldados en la tranquilidad, porque en las ocasiones no fuesen
hallados desapercebidos, juzgando siempre por débil la paz
desarmada. Las armas, las leyes, y el culto divino en una ciudad
bien gobernada, no se pueden jamás separar, sino con destruición
de alguna dellas, porque sólo se mantienen unidas, rigiéndose
una a otra; y en viéndose desatadas, la que por ventura parecía
sin las dos compañeras suficiente por sí, cae, si no es socorrida.
Por manera, que es menester tengan las calidades de los tres
oficios del alma racional: esto es, Intelectivo, Sensitivo, y
Vegetativo, que hacen no tres almas, sino una, apta a las
operaciones de tres potencias. Debéis estimar la común utilidad
que se saca del vivir libre; como el gozar sin sospecha vuestras
cosas. No dudar del honor de las mujeres: poseer con seguridad
los hijos, y carecer todos vosotros de varios temores, reconociendo
todo esto después de Dios, de mano de la sagaz prevención, como
de segunda causa.

 
Cabañas de los balleneros en la isla Quiriquina, siglo XVIII. Louis Le Breton [1818-1866] Atlas pittoresque, plancha 32, 1846 [Wikipedia]
 
 
[42] Desatado, impetuoso
 
[43] De quién
 
[44] Dio fondo
 

Y ya embarcados el General y sus hombres rumbo a la Bahía de Concepción, Figueroa describe las inclemencias del tiempo en esos mares australes, y el temor de naufragar en cualquier momento, a pesar de haber sido advertido que no emprendiera el viaje en junio, en pleno invierno.

[...]
Aquí se tuvo por cierto el zozobrar, porque si bien eran
buenos los navíos, fueron tales los ímpetus que los
embistieron, que les prometían pocas esperanzas de
salvarse. Los pilotos turbados, ignoraban dónde acudir;
antes (como entonces sucede) por ayudar, desayudaban.
Los vientos de contino mucho más indómitos, fomentaban
por instantes su ferocidad contra los bajeles. Oíanse
confusas voces, unas de ¡Iza!, otras de ¡A orza!, y quién de
¡Amaina!, sin saber nadie cómo poder acertar. Hallábanse
despedazados filácigas, amarras, y cables. Quebrábanse las
escotas, rompíanse las muras, desfallecían timones,
entenas, y mástiles. Y a todo esto crecía el esfuerzo en el
General, que sereno y firme jamás desamparó la popa de
su nave, estremecida con estremo: antes desde allí
animando a todos, les hacía acudir con presteza a los
menesteres.

Temporal tan deshecho[42] le obligó a desechar la
hacienda, por ver si podía asegurar la vida. Mandó se
alijasen las naos, viéndose en un instante arrojadas al mar
infinita cantidad de cajas, llenas de varias ropas, sin tener
respeto al valor de lo que iba dentro, ni a cúyas [43] eran.
Para sello del mayor mal, les sobrevino la noche, tan
cerrada, y ceñida de escuridad, que aumentó el espanto y
terror de los navegantes. Había de ser larga como de
invierno, y en su espacio los bajeles confusos y
despedazados, sólo esperaban su fin.

El galeón de don García se vio ya con la gavia en el
agua, casi perdido, rompiéndole recísimo encuentro la
escota y contraescota del trinquete de sotaviento, y la de
Amura. Las tinieblas, la grita, la turbación y pasmo se
había ya apoderado de todos. Vían los afligidos
desgarrarse el cielo, abrirse el profundo, rechinar las
jarcias, crujir la tablazón, arrancarse los mástiles, y
redoblarse las lluvias. En medio de tanta adversidad don
García siempre el corazón en Dios, mostraba no perder
jamás la firme confianza que tenía puesta en su socorro.
Recebía por merced de su mano aquellas afliciones, no
consintiendo ahogase su pecho el exceso de tanta
tribulación.

En fin, luchando casi con todos los elementos,
descubrieron al amanecer la Bahía de la Concepción:
surgió[44] la armada en Talcaguano, Isla bien amparada de
sierras, y habitada de ciertos Indios, pocos, y pobres. Su
apacible ensenada acogió a los huéspedes, asegurándoles
del temor que les podían causar vientos, y mareta.
Ordenó el Gobernador, antes de saltar la gente, que no
se tocase a cosa de los Indios, moradores de aquella parte.
Deseaba, siendo posible, aunque con tantas prevenciones
militares, no atraerlos a sí violentados, sino voluntarios.

 
 
 
 

Más adelante, Figueroa pone en boca de un mensajero mapuche que acude a parlamentar con García de Mendoza, la voz del toqui Caupolicán, la máxima autoridad de los indígenas. Expresa con detalle las razones de la resistencia de su pueblo ante los españoles.... no deja de ser extraño imaginarse a un mapuche hablando en el castellano cortesano del siglo XV español, pero así demostraban de alguna forma la humanidad y nivel de intelecto de los indígenas americanos que no dejaba de ser una estrategia de dominación: la abdución pacífica y razonada de estos antiguos pobladores que no se dejaban doblegar porque nunca se consideraron inferiores y nunca obedecerían a un general extranjero.

[...]
Tenemos más fuertes las manos, que elegantes las lenguas; mas
no es bien menospreciar el título de humanos. Nuestras partes
hacemos, y sólo a nuestra utilidad y vuestro blasón van
enderezadas estas diligencias. Enviaste a decir, se reconociese por
Rey a Felipe, que lo es de España, y otras partes. A esto responde
el Estado, que (como sabes) se gobierna en la paz a modo de
República; eligiendo por uso antiguo para la guerra el varón más
fuerte, que sea el General y superior cabeza de los ejércitos. Este
es al presente Caupolicán, digno por su valor y prudencia de
mayores honras. Así se desea, que no mudase al presente forma
su gobierno. Demás, que si para la elección de algún Príncipe,
conviene que quieran los pueblos libres por naturaleza,
sojuzgarse, y de común consentimiento depositar en uno la
suprema potestad del dominio: ahora no vienen en esto los
Araucanos, por algunos respetos. Pues cesando esta causa, ¿por
dónde puede vuestro Rey pretender nuestro señorío?

Mas si por ley humana y positiva se hallaron los
repartimientos de las jurisdiciones, que hoy son inumerables,
propios nuestros son los en que ahora estáis, como heredados de
nuestros antecesores: y así cuando los queráis usurpar, nos será
forzoso defenderlos. Fuera de que juzgan los nuestros por suma
vileza, ser prontos a la servidumbre. Por esto, como varones
magnánimos, no recelan perder las vidas, donde intervienen
gloriosas empresas; aborreciendo ser ocupados de temor, vencidos
de afectos, sobrepujados de placeres, atraídos de hacienda; cosas
instables, ligeras; y en todo contrarias a la fortaleza. En esta
conformidad tomamos las armas; por manera, que siendo lícita la
defensa, ¿qué culpa podimos cometer sobre que caiga el perdón
ofrecido?

General, considera si nos apartamos de lo honesto. Tú como
recto, y amador de lo justo, admite nuestra propuesta; desecha
amenazas, y arrima estos aparatos: dellos ¿qué se pueden seguir
sino destrozos? Mas en tal caso, ¿de quién serán las mayores
angustias? Pocos los tuyos, y en especial necesitados de todo, en
tierra estraña: no pláticos en los pasos. Lejos y difícil de llegar el
socorro: y cuando llegue, de cortas esperanzas. Según esto, ¿qué
podéis conseguir, procediendo con rigor contra muchos animosos
y fuertes, dentro de sus casas, llenas de bastimentos, en medio de
hijos y mujeres, estímulos del valor: y lo que importa más, ya
hechos a vencer y despedazar, los que tuvieron por formidables?
Creed que no se os concederá minuto de sosiego, hasta
aniquilaros del todo. Sobrevendrán a nuestro campo dos mil
soldados por dos que falten; mas entre vosotros será irreparable
la pérdida de uno. Estos reparos publican lo que teméis nuestras
ofensas: bien los podéis dejar, con el aditamento que os propongo.
Gozad uniendo las voluntades, de casi unos mismos albergues.
Yo os los ofrezco seguros de parte del Estado, junto con la
ejecución y cumplimiento de cuanto he tratado aquí.


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