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Historias de Al Andalus

 
 
 

AL-IDRISI Y ROGELIO II DE SICILIA EN PALERMO

El Palacio Real de Palermo [Sicilia] en 1138 fue el escenario de una reunión largamente esperada entre un inusual rey cristiano y un distinguido erudito musulmán. Según el visitante entraba en la sala, el rey se levantó, tomó su mano y lo condujo a través del alfombrado mármol a un lugar de honor junto al trono. Al tiempo, los dos hombres comenzaron a discutir el proyecto que se le había encomendado al estudioso venido desde el norte de África: la creación del primer mapa del mundo, el más preciso y científico mapa del mundo conocido.

El monarca era Rogelio II, rey de Sicilia, y su distinguido huésped el geógrafo árabe al-Idrisi. Nacido en Ceuta, Marruecos, al-Idrisi cruzó a España a través del estrecho donde permaneció unos años. Después de estudiar en Córdoba, en la España musulmana, pasó varios años viajando, cubriendo la longitud del Mediterráneo, desde Lisboa a Damasco. Siendo un joven con pretensiones poéticas había escrito versos estudiantiles celebrando el vino y buena compañía, pero en el transcurso de sus viajes había descubierto su verdadera pasión: la geografía.

Los escritos de al-Idrisi nos dicen menos sobre su propio carácter y personalidad que sobre el hombre que se convirtió en su anfitrión y patrocinador. Rogelio II, hijo de un soldado franco-normando que había conquistado Sicilia a principios del siglo XII, era una exentricidad entre los reyes cristianos de su tiempo. Sus correligionarios, al comentar sobre su estilo de vida oriental, con harén y eunucos, se referían a él despectivamente como el medio rey pagano y el sultán bautizado de Sicilia. Educado por tutores griegos y árabes, fue un intelectual con gusto por la investigación científica, y disfrutó de la compañía de eruditos musulmanes, entre los cuales al-Idrisi era uno de los más célebres.

Este tipo de comunicación cultural, en un momento en que los cruzados y los musulmanes luchaban en Tierra Santa y mientras los piratas del Mediterráneo de ambas religiones saqueaban los barcos y los puertos del contrario, puede parecer sorprendente. Pero a pesar de las Cruzadas y la piratería, los comerciantes medievales hicieron un buen negocio a través de las fronteras religiosas, e inevitablemente, intercambiaron ideas y productos.

Sicilia, en particular, fue un punto de encuentro de las dos civilizaciones. Capturada por los árabes en 831, la isla había quedado en poder de los musulmanes hasta finales del siglo XI. Al igual que la España musulmana, fue un faro de prosperidad para una Europa atrapada en la desaceleración económica que llamamos la Edad Media. Los árabes que la ocuparon habían construido presas, sistemas de riego, embalses y depósitos de agua, introducciendo nuevos cultivos, naranjas y limones, algodón, palmeras datileras, arroz, así como la explotación de las minas y las zonas de pesca de la isla.

 
   
 
   
   
 
 
 
 
 
 
 
 
 

A principios del siglo XI una banda de aventureros normandos, los Hauteville, habían cabalgado hasta el sur de Italia para arrebatársela a los griegos bizantinos y a los musulmanes y en 1101 el conde Rogelio d'Hauteville coronó su carrera con la conquista de Sicilia. Cuatro años más tarde, pasó el territorio a su hijo, que en 1130 fue coronado rey como Rogelio II.

Alto, corpulento, cabello oscuroy barba, desde un magnífico palacio en Palermo, Rogelio II gobernó su reino con una mezcla equilibrada de diplomacia, crueldad, sabiduría y habilidad que ha llevado a muchos historiadores a considerar su reino como el estado europeo mejor gobernado de la Edad Media. Su energía era una leyenda, un cronista observó "logra más dormido que otros soberanos despiertos", su corte contaba con un grupo selecto de filósofos, matemáticos, médicos, geógrafos y poetas, los mejores de Europa y en cuya compañía pasó la mayor parte de su tiempo. “Tanto en matemáticas como en la esfera política –escribió al-Idrisi de Roger– su capacidad de aprendizaje no puede ser descrito. Tampoco existe límite alguno a su conocimiento de las ciencias, que tan profunda y sabiamente las estudió en todas sus partes. Él es el responsable de innovaciones singulares y maravillosos inventos como nunca antes ha realizado príncipe alguno.”

El interés de Rogelio II por la geografía fue la expresión de una curiosidad científica que apenas estaba despertando en Europa, e, inevitablemente, había que dirigirse a un musulmán en busca de ayuda. El enfoque cristiano de Europa en la elaboración de mapas, todavía era simbólico y fantástico, basado en la tradición y el mito en lugar de la investigación científica, y se utilizaba para ilustrar los libros de peregrinación, la exégesis bíblica y otras obras. Pintorescos y coloridos, los mapas de Europa mostraban una tierra circular compuesta por tres continentes de igual tamaño, Asia, África y Europa, separados por estrechas bandas de agua. El Jardín del Edén y el Paraíso estaban en la parte superior y Jerusalén en el centro, mientras los monstruos legendarios poblaban las regiones inexploradas, sirenas, dragones, hombres con cabeza de perro, hombres con los pies en forma de paraguas con el que se protegían del sol tumbados en el suelo.

Existian algunos mapas prácticos, cartas náuticas, que mostraban las costas, los cabos, las bahías, los bajos, los puertos de escala y lugares de riego y aprovisionamiento de agua, pero debido al divorcio típico medieval con la ciencia y la tecnología, estos quedaron en manos de los navegantes. La información de los viajeros se fue incorporando muy lentamente en los mapas cristianos.

Lo que el rey Rogelio tenía en mente era, de hecho, una carta marina pero que abarcara todo el mundo conocido. La misión que le confió a al-Idrisi era intelectualmente hercúlea: recoger y evaluar todos los conocimientos geográficos disponibles a partir de los libros y la información proporcionada por observadores sobre el terreno, organizando todo en una representación precisa y significativa del mundo. Su propósito era en parte práctico, pero sobre todo científico: producir una obra en la que se resumieran todos los conocimientos contemporáneos del mundo físico.

Para llevar a cabo el proyecto, Rogelio estableció una academia de geógrafos, él como director y al-Idrisi como secretario permanente, para reunir y seleccionar información. Quería saber las condiciones exactas de todas las áreas bajo su gobierno, y del mundo fuera de sus fronteras, el clima, los caminos, los ríos que regaban sus tierras, los mares que bañaban sus costas.

La academia comenzó estudiando y comparando las obras de anteriores geógrafos, destacando de entre todos ellos, 12 investigadores, 10 de ellos del mundo musulmán. La razón de la dominación musulmana en el campo de la geografía era simple: la economía. Mientras que la Europa medieval se había fragmentado en pequeñas parroquias tanto política como comercialmente, el mundo musulmán se fue unificado mediante un floreciente comercio de larga distancia, así como por la religión y la cultura.

Los comerciantes musulmanes, los peregrinos y los funcionarios utilizaban los llamados libros de ruta, itinerarios en los que se describen los caminos, las condiciones de viaje y las ciudades a lo largo de la ruta. Algunos de los primeros autores de libros de ruta que estaban en la lista de al-Idrisi eran: Ibn Khurdadhbih, un persa del siglo VIII que fue director de los servicios postales y los servicios de inteligencia en Irán; al-Yaqubi, un armenio que en el siglo IX escribió un libro sobre países; Qudamah, un cristiano del siglo X que había abrazado el Islam, asesor fiscal de Bagdad y que había escrito un libro que discutía los sistemas postales y fiscales del califato abasí. Otros pertenecían a una tradición posterior de la geografía sistemática, al igual que los eruditos del siglo X Ibn Hawqal y al Masudi, que produjeron libros que pretendían ser algo más que simples guías prácticas para el recaudador de impuestos o el cartero, y constituian valiosas aportaciones al fondo del conocimiento humano.

 
 
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