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Historias de Al Andalus
 

LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS EN LAS ARTES PLÁSTICAS
José Mª Calleja Maestre [*]
Extractos de una conferencia [2010]

 
 
 
 
 
 
 

Esto que digo se puede apreciar perfectamente en la ilustración que se refiere al cuadro titulado “Embarque de los moriscos desde el Puerto de Valencia” [1612-1613] de Pere Oromig

En el cuadro se observa perfectamente, como un padre morisco se despide de su hija, posiblemente, por última vez. Nunca volverá ella a oír su nombre árabe, ni su lengua materna, ni la voz de su padre. Pero la tragedia de esta separación se ve simultáneamente intensificada y a la vez disminuida por su virtual repetición, por miles de similares despedidas que rodean a padres e hija. Y conmovedor resulta ver a un anciano que, sentado sobre los brazos de dos portadores se dirige a una de las barcas. Debió de tratarse de un acontecimiento que caló hondo en la población valenciana y que no pasó inadvertido a los cronistas de la época. Alguna referencia ya hemos visto en el poema de Gaspar de Aguilar, mientras que Jaime Bleda, un defensor acérrimo de la expulsión, comenta el hecho en su “Crónica de los moros de España” diciendo:

“En las taraçanas del Grao estava un viejo boqueando y una palabra que habló  a los otros cuando se despedían dél para embarcarse, fue decirles que lo llevasen a embarcar, aunque muriera luego. Y cumplióse su deseo; porque apenas llegó a la saetía, cuando murió, invocando a Mahoma y le echaron en el mar”

 
  Embarco Moriscos en el Grao de Vinaroz
de la serie: La expulsión de los moriscos
[1613] óleo sobre tela
110 x 173 cm

Pere Oromig y Francisco Peralta
Col. Bancaja
Fotógrafo: Juan García Rosell
  Embarco Moriscos en el Grao de Denia
de la serie: La expulsión de los moriscos
[1613] óleo sobre tela
110 x 173 cm

Vicent Mestre
Col. Bancaja
Fotógrafo: Juan García Rosell
 
 
 

El siguiente lienzo de la serie es, “Embarque de los moriscos en el puerto de Vinarós” [1612-1613] de Pere Oromig y Francisco Peralta. Refleja al igual que el anterior una preocupación por la “representatividad” y por la precisión documental. Las cartelas a ambos lados del cuadro citan, de nuevo, cifras precisas, nombres propios. De nuevo, otra crónica de los hechos ocurridos en estos puertos, ésta de Pedro Aznar de Cardona, escrita en el 1612, no dejan de ser conmovedoras, pese a la posición antimorisca de su autor:

“Salieron, pues, los desventurados Moriscos, por sus dias señalados, en orden de procesión desordenada, reventando de dolor y de lagrimas, cargados de sus hijos y mujeres, y de sus enfermos, y de sus viejos y niños, llenos de polvo, sudando. Unos yban a pie, rotos, mal vestidos, calçados con esparteñas, otros con sus capas al cuello, y otros con diversos envoltorios y líos, todos saludando a los que los miravan, diciéndoles: Señores, queden con Dios” 

El cuadro titulado “Embarque de los moriscos en el puerto de Denia” pintado por Vicent Mestre entre 1612 y 1613, captura una escena que en principio parecería algo improbable. El aire castrense que muestra el imponente castillo, junto con la tensa situación en que se encontraban los expulsados, queda roto gracias a las animadas escenas que se representan. A la izquierda del lienzo,  grupo de doce bailarinas moriscas, vestidas con largas faldas multicolores, amplias mangas y sombreros de pluma, danzan acompañadas por el sonido de los instrumentos tocados por tres músicos. En su baile son seguidas por seis damas cristianas, ricamente ataviadas, y acompañadas por algunos caballeros no menos elegantemente vestidos.

A la derecha de la representación, otra escena no menos extraña, dadas las circunstancias dramáticas que acompañaban a la expulsión. Cuatro parejas de moriscos compiten atléticamente en lucha libre o grecorromana. En medio de ellos se ve un poste con dos pollos atados en su parte superior, como recompensa para el vencedor. Tampoco faltan los espectadores, sentados a su alrededor. De nuevo el cronista, Jaime  Bleda, deja por escrito con gran precisión lo que allí acontecía:

“A Alicante fueron a embarcarse… y llegaban con tanta alegría y alboroço como si fueran a las más alegres fiestas y bodas que huvo entre ellos. Iban cantando y tañendo con flautas, tamborines y dulzainas y otros instrumentos que solían tener… Muchos que por el camino se casaron contra las leyes de la Iglesia, llegados a Alivante celebraron las bodas con mucho regosijo de bayles y danças y las moriscas iban vestidas lo mejor que podían…” 

Es difícil determinar si la escena es auténtica, ya que lo que se describe parece estar  fuera de lugar. Sobre todo teniendo en cuenta que el tipo de mensaje que las pinturas tendrían  que transmitir nunca debieran ser a favor de los moriscos. En este sentido la escena trataría de subrayar, maliciosamente, la bondad de la expulsión, hasta el límite de satisfacer a los propios afectados. En cambio si tomamos la pintura desde un punto de vista objetivo, entonces, podríamos interpretar el baile y la lucha como gestos de afirmación cultural. Los bailes, canciones, las bodas, juegos, vestimenta, el habla, etc, habían sido prohibidos. Por tanto en el umbral del exilio, estas mujeres al fin podían desplegar una cultura que la política asimiladora del siglo anterior habían intentado erradicar.

 
 
 
 

El siguiente lienzo es “El embarque de los moriscos en el puerto de Alicante”  [1612 – 1613] de Pere Oromig y Francisco Peralta. Aunque en la fotografía no se aprecia, las cartelas, que como en los otros cuadros, que informan de la escena, se indica que el número de los moriscos embarcados en Alicante fue de cuarenta y cinco mil ochocientos, lo que indica que por aquí se realizó una de las mayores deportaciones. En el detalle, se puede apreciar una horca situada en el centro de la plaza. Este era el castigo para aquellos moriscos que desobedeciendo la orden de expulsión fuera apresado e inmediatamente ejecutado.

Los dos siguientes cuadros el que recoge la  “Rebelión de los moriscos en la Sierra de Laguar” de Jerónimo Espinosa y el titulado “Rebelión de los moriscos en la Muela de Cortes” de Vicente Mestre, ambos pintados entre 1612 y 1613, fueron los más caros de la serie, lo cual se explica por lo abigarrado de las escena y la gran cantidad de figuras representadas. Estamos ante una verdadera crónica pictórica, donde desordenadamente se representan los acontecimientos que se sucedieron a lo largo de un mes.

 
 
 
 
 
 
 
 
 

No parece difícil entender el drama, asociado al desarraigo, que la expulsión debió suponer para los moriscos desterrados. Mientras que  el Reino de Granada había sido conquistado por las tropas cristianas a finales del siglo XVI, los reinos de Aragón y Valencia habían dejado de ser musulmanes desde mediados del siglo XIII. Esto quiere decir, que hacía unos trecientos años que los mudéjares, ahora conocidos como moriscos, de estos reinos estaban perfectamente integrados dentro de la mayoritaria sociedad cristiana, habiendo conservado, sin grandes dificultades, su lengua, su religión y su cultura, base de su identidad morisca, y que ahora de la noche a la mañana se veían forzados a vivir en un país que no era el suyo, rodeados de gentes y costumbres extrañas, por mucho que fueran países musulmanes. Por lo tanto no es de extrañar que tanta injusticia, llevara a muchos de ellos a intentar la rebelión, aun a sabienda de las pocas posibilidades de éxito que ello tendría; algo parecido se intentó en la Guerra de las Alpujarra [1568-1571] y conocían  el fracaso con la que acabó aquella historia. Aunque tampoco debían  haber olvidado aquel otro intento, éste pacífico, que se llevó a cabo en Granada entre 1588 y 1595, lo que se conoce como Los Libros Plumbeos del Sacromonte, y con el que se intentó, por parte de los moriscos granadinos, de cambiar el rumbo de la historia, buscando favorecer la integración pacífica de los moriscos; asunto que estuvo en discusión, y curiosamente defendido en algún momento por el propio Felipe III, hasta finales del año 1682 cuando el Vaticano los condenó por tratarse de una ficción humana que iba contra la fe católica.     

Las composiciones abundan en detalles, entre ellos cabe destacar el suicidio de muchas moriscas que se arrojan desde lo alto de los riscos al vacío o  hasta el Júcar, llevando en sus brazos a sus hijos, ante el fuerte acoso de los atacantes y el miedo a la represalia de los cristianos. El ya nombrado Gaspar de Aguilar en su poema recoge la escena con las siguientes palabras:

"Cuántas pobres moriscas mal logradas
por ver los suyos de defensa faltos
con sus tiernos hijuelos abraçados
Y quántas bellas moças delicadas
por huir de los fieros sobresaltos
rindieron a los ríos sus despojos
salidos por ventura de sus ojos"

Otras escenas curiosas es la captura de los cabecillas moriscos,  Millini y Turigi, curiosamente reconocidos, en los lienzos, como reyes; o la representación muy ordenada de los atacantes cristianos, haciendo uso de sus armas de fuego, frente al desorden de los moriscos, quienes redefienden lanzando las típicas “ruedas de molino”

El último cuadro de la serie es el titulado “Desembarco de los moriscos en el puerto de Oran” de Vicente Mestre pintado, como el resto, entre 1612 y 1613. Aunque  algunos de los expulsados fueron a parar al Imperio turco, la inmensa mayoría, como hemos visto en el plano de distribución de la expulsión, fueron desembarcados en el norte de África, fundamentalmente en Orán, en aquel tiempo bajo control español. Según algunos cronistas de la época, fueron muy mal recibidos por sus hermanos de religión y de lengua, quienes en ocasiones les asaltaron, robaron y asesinaron. El lema a mano izquierda, del lienzo que trata del desembarco en Orán, reza:

“La mayor parte de los moros del reino de Valencia fueron desembarcados en el paraje de Orán para ir a Fes y Marruecos. Pero los alarbes les salían al camino y les robavan y matavan  y forsavan a las mujeres y los demás fueron a Argel, Tunés, y Tetuán”.

 
 
 
 
 
 

Como se ha sugerido, al representar los horrores que les esperaban a los moriscos expulsados, el cuadro de Orán cumple con su debido programa ideológico: defender la rectitud de la expulsión. Las noticias y los informes que llegaron a España de las atrocidades cometidas contra los moriscos al desembarcar en África fueron recibidos por los partidarios de la expulsión como prueba de tal rectitud: tan indeseables eran los moriscos, versaba el argumento, que inclusive sus propios correligionarios los consideraban parias. Pero hay, por supuesto, otra posible lectura: la que apuntaría a entender que los moriscos españoles fueron tan maltratados en tierras extranjeras porque  fuera de España, ellos eran extranjeros, porque eran, a fin de cuentas, españoles. 

Por lo que nos dice la historia, el acontecimiento de rechazo que se recoge en el lienzo, debió ser verdad, aunque de forma muy localizada en el tiempo y en el espacio, ya que sabemos, y esto puede ser materia de otra charla, la buena acogida que estos moriscos, fueran o no considerados musulmanes españoles, tuvieron en el Norte de África, entonces bajo dominación otomana; y es que los moriscos que llegaban a estas tierras , conocidos como andalusíes, lo hacían con unos conocimientos técnicos y una cultura muy superior, en la mayoría de los casos, a la existente en los países de acogida.    

La importancia de la expulsión de los moriscos debió ser tal, que el propio rey Felipe III, encargó la realización de esta colección de grandes cuadros en el otoño de 1612, unos tres años después de haber expedido el decreto de expulsión, empresa que aún se llevaba a cabo en los reinos interiores del país. En una de esas ironías históricas, los óleos fueron financiados por los bienes y propiedades abandonadas por los mismos moriscos valencianos, bienes de realengo que automáticamente se integraron al patrimonio Real. ¿Cual fue la intención de Felipe III al encargar estos cuadros? No se sabe a ciencia cierta, aunque no estaría mal encaminado el pensar que se buscara con su ejecución ensalzar el honor de la monarquía o con el fin de exaltar el triunfo de las armas cristianas sobre los moriscos sublevados.

Si detrás de la ejecución de los lienzos no hubiera habido un deseo legitimador de la expulsión, y a su vez de  engrandecimiento de la monarquía, no se explica como años después, en 1627, Felipe IV presentara a concurso  la realización de un cuadro, de grandes proporciones, con el único tema de la expulsión de los moriscos. El ganador de dicho concurso fue Velázquez, que desgraciadamente no se conserva ya que ardió en el incendio del Alcázar de Madrid y que, según descripciones de la época, era comparable en su magnificencia al lienzo de la Rendición de Breda o Las Lanzas del mismo autor y que según la descripción del mismo, se dice que:

“En medio de este cuadro está el señor Rey Felipe Tercero armado, y con bastón en la mano señalando a una tropa de hombres, mujeres y niños, que llorosos, van conducidos por algunos soldados, y a lo lejos unos carros, y un pedazo de marina, con algunas embarcaciones para transportarlos…”

Sólo con esta descripción del cuadro de Velázquez y con los detalles de los lienzos que hemos visto, se llega a la conclusión, al menos  desde nuestra perspectiva histórica,  más que glorificar la diáspora morisca, los cuadros que componen la serie de La “expulsión de los moriscos” lo que representan es a uno de los momentos más trágicos de nuestra historia, el que daría fin oficial a más de nueve siglos de presencia islámica en España.    

 

 
 
 
 
 
 

El Concurso de pintura de Felipe IV La expulsión de los moriscos es uno de los diecinueve dibujos de Vicente Carducho que conserva el Museo del Prado. Se trata del estudio preparatorio para el lienzo con el que el artista compitió con Cajés, Nardi y Velázquez; de hecho, Camón Aznar atribuyó este dibujo a Velázquez. Tan trascendental prueba fue juzgada por Crescenzi y Maíno, quienes dieron el triunfo al joven sevillano, considerado hasta entonces un mero pintor de retratos. Tan curioso certamen tuvo lugar en 1627 y constituyó el declive artístico de Carducho y del tipo de pintura que él representaba. El lienzo que, al igual que el de Velázquez, debió de desaparecer en el incendio del Real Alcázar en 1734, describía el momento mismo de la expulsión de la población española de origen musulmán durante el reinado de Felipe III. El hecho provocó la salida del país de unas quinientas mil personas que dejaron atrás todas sus propiedades; de hecho, la propuesta del duque de Lerma, ratificada por el Consejo de Estado en abril de 1609, especificaba que tan solo podían llevar consigo los bienes muebles que pudieran transportar personalmente. La composición de este dibujo puede ponerse en relación con las tres telas de Carducho para el salón de batallas del palacio del Buen Retiro; el artista maneja de forma semejante a la de esos lienzos los distintos grupos de masas, situadas en planos progresivamente desplazados hasta el primer término. El dibujo fue adquirido por el Estado español en Londres, en 1931.

 

 

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