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    Nueva Castilla
La historia inventada
   

 

    LOS CONQUISTADORES DE CENTROAMÉRICA
por Julio Verne
   

La triple alianza.—Francisco Pizarro y sus hermanos.—Don Diego de Almagro.—
Primeras tentativas. —El Perú, su extensión, su población y sus reyes.—Prisión deAtahualpa, su rescate y su muerte.— Pedro de Alvarado.—Almagro en Chile.—Lucha entre los conquistadores.—Proceso y ejecución de Almagro.—Expediciones de Gonzalo Pizarro y de Orellana.—Asesinato de Francisco Pizarro.—Sublevación y ejecución de su hermano Gonzalo.

Apenas fueron conocidas por los españoles las noticias que obtuviera Balboa acerca de las riquezas de los países situados al sur de Panamá, se organizaron muchas expediciones para intentar la conquista; pero todos fracasaron, ya fuera porque los jefes no estuvieran a la altura de su misión, ya porque los medios empleados no fuesen suficientes. Hay que reconocer también que las localidades exploradas por los primeros aventureros [zapadores, como se diría hoy], no respondía en manera alguna a lo que la codicia española esperaba. En efecto, habíanse aventurado todos en lo que entonces se llamaba Tierra Firme, país eminentemente insalubre, montañoso, cenagoso, cubierto de bosques y cuyos raros habitantes, muy belicosos, habían presentado a los invasores un obstáculo más a los que la naturaleza había puesto con tanta prodigalidad en aquel país; de manera que se había ido enfriando poco a poco el entusiasmo. Y ya no se hablaba sino para burlarse de ellos, de los maravillosos relatos hechos por Balboa.

Sin embargo, existía en Panamá un hombre que conoció la realidad de los rumores que habían corrido acerca de las riquezas de los países bañados por el Pacífico; este hombre era Francisco Pizarro, que había acompañado a Núñez de Balboa al mar del Sur, y que se asoció a otros dos aventureros llamados Diego de Almagro y Fernando Luque

 
 
     
 
   

Antes de entrar en materia diremos algunas palabras acerca de los jefes de esta empresa. Francisco Pizarro, que nació cerca de Trujillo entre 1471 y 1478, era hijo natural de un capitán llamado Gonzalo Pizarro, que no le había enseñado más que a guardar cerdos. Cansado en breve de aquella existencia, y aprovechándose de que se había perdido uno de los animales confiados a su custodia, para no volver a la casa paterna, donde por el menor desliz era castigado con dureza, se hizo soldado y pasó algunos años guerreando en Italia, siguiendo después a Cristóbal Colón en 1510 a la Española. Sirvió allí con distinción, así como en Cuba, acompañó a Ojeda al Darién, descubrió, como hemos dicho más arriba, el Océano Pacífico con Balboa, y después de la ejecución de éste, ayudó a Pedro Arias Dávila, del que había llegado a ser favorito, a conquistar todo el país conocido con el nombre de Castilla de Oro.

Si Pizarro era hijo natural, Diego de Almagro era un expósito recogido en 1475 en Aldea del Rey, según unos, o en Almagro, de donde había tomado su nombre, al decir de otros. Educado entre soldados, pasó gustoso a América, donde logró reunir una pequeña fortuna. En cuanto a Fernando Luque, era un rico eclesiástico de Tabago, que ejercía las funciones de maestro de escuela en Panamá.

El más joven de aquellos tres aventureros tendría por entonces más de cincuenta años, y cuenta Garcilaso de la Vega que cuando fue conocido su proyecto, se hicieron objeto de burlas generales, especialmente Fernando de Luque, a quien sólo llamaba Hernando el loco.

Formada la asociación entre aquellos tres hombres, dos de los cuales eran conocidos por su valor y el tercero por su honradez, Luque dio el dinero necesario para el armamento de los buques y el pago de los soldados; Almagro contribuyó con una parte igual; pero Pizarro, que no poseía más que su espada, tuvo que pagar de otro modo su parte de contribución, y fue, por consiguiente, el que tomó el mando de la primera tentativa, que vamos a referir con algunos detalles que presentan con todo su valor la perseverancia e inflexible obstinación del conquistador.

 
 
     
 
Francisco Pizarro como Franciscus Pisard
por Theodore de Bry [1528-1598]. Mapa del mundo incluído en la primera edición en latín de
Americae pars sexta [Fracfurt, 1596]
En las cuatro esquinas están representados Colón, Mgallanes, Vespucio y Pizarro con sus nombres latinizados:
Christophorus Columbus, Magellanus, Americus Vesputius y
Franciscus Pisard

[Librería del Congreso. USA]

 
 

«Habiendo pedido y obtenido permiso de Pedro Arias de Avila —cuenta Agustín de
Zarate, uno de los historiadores de la conquista de Perú—, equipó Francisco Pizarro con bastante trabajo un buque, en el cual se embarcó con ciento catorce hombres. A cincuenta leguas de Panamá descubrió una provincia pequeña y pobre, llamada Perú, lo cual hizo dar después sin razón el mismo nombre a todos los países que se fueron descubriendo a lo largo de esta costa, por espacio de más de mil doscientas leguas de longitud. Siguiendo adelante descubrieron los españoles otro país que llamaron Pueblo Quemado, pero los indios les mataron tanta gente, que se vieron obligados a retirarse en desorden al país de Chinchama, que no estaba lejos del sitio de donde habían partido. Entretanto, Almagro, que había quedado en Panamá, equipó un buque en el cual se embarcó con sesenta españoles, y bajó, siguiendo la costa, hasta el río de San Juan, a cien leguas de Panamá. No encontrando a Pizarro, subió hasta Pueblo Quemado, y habiendo reconocido por algunas señales, que los españoles habían estado allí, desembarcó su gente. Pero envalentonados los indios con la victoria que habían obtenido sobre Pizarro, resistieron valientemente, forzaron las trincheras en que Almagro se había parapetado y le obligaron a reembarcarse. Volvióse, pues, siguiendo siempre la costa hasta que llegaron a Chinchama, donde encontró a Francisco Pizarro. Dichosos con volverse a ver, reunieron sus gentes con algunos nuevos soldados que levaron, y viéndose seguidos de doscientos españoles, bajaron de nuevo por la costa.»

«Mas de tal modo padecieron con la falta de víveres y los ataques de los indios, que don Diego se volvió a Panamá para reclutar gente y traer provisiones. Trajo, en efecto, ochenta hombres, con los cuales, y con los que le quedaban, llegaron hasta Catamez, país medianamente poblado en el cual encontraron grande abundancia de víveres. Advirtieron que los indios de aquellas tierras, que continuamente les atacaban y les hacían la guerra, tenían el rostro todo atravesado de clavos de oro, encajado en agujeros que se hacían expresamente para llevar estos adornos. Volvió, pues, otra vez a Panamá Diego de Almagro, mientras su compañero esperaba los refuerzos que debía llevarle a la isla de Gallo, donde sufrió mucho por la falta de todo lo preciso para la vida.»

A su llegada a Panamá, Almagro no pudo conseguir de Los Ríos, sucesor de Avila, que le permitiese hacer nuevos alistamientos, porque, según decía este último, no debía consentir que pereciera inútilmente más gente en una empresa tan temeraria, y hasta envió a la isla de Gallo un buque para que se trajese a Pizarro y sus compañeros.

Pero semejante decisión no podía agradar a Almagro ni a Luque; suponía la pérdida de los gastos realizados y de todas las esperanzas que les habían hecho concebir la vista de los adornos de oro y plata que llevaban los habitantes de Catamez. Enviaron, pues, un agente secreto a Pizarro, recomendándole que perseverase en su resolución y se negase a obedecer las órdenes del gobernador de Panamá. Pero por más que Pizarro hizo muchas y seductoras promesas, el recuerdo de las pasadas fatigas estaban tan recientes que todos sus compañeros, a excepción de doce, le abandonaron.

Con aquellos hombres intrépidos, cuyos nombres han llegado hasta nosotros, estaba García de Jerez, uno de los historiadores de la expedición. Se retiró Pizarro a una isla inhabitada menos inmediata de la costa, a la cual dio el nombre de Gorgona.

Allí vivieron miserablemente los españoles, de mangles, pescados y caracoles, y esperaron durante cinco meses los socorros que Almagro y Luque debían enviarles.

Por último, vencido Los Ríos por las unánimes protestas de la colonia que se indignó al ver que se dejaba perecer tan miserablemente como malhechores a hombres cuyo único crimen era no haber desesperado de conseguir su empresa, envió a Pizarro un pequeño buque con el encargo de hacerle regresar; y a fin de que Pizarro no cayese en la tentación de servirse de él para emprender de nuevo su expedición, se tuvo cuidado de no embarcar en él ni un solo soldado.

 
 
 
     
 

Pascaerte Van Nova Hispania Chili,
Peru en Guatimala . . .
por Pieter Goos
1666

 
 

A la vista de los socorros que llegaban, los trece aventureros se olvidaron pronto de sus privaciones, y se ocuparon en infundir sus esperanzas a los marineros que venían a buscarles. Entonces todos juntos, en vez de tomar el rumbo de Panamá, se hicieron a la vela, a pesar de los vientos y de las corrientes del Sudeste, y llegaron, después de haber descubierto la isla de Santa Clara, al puerto de Tumbez, situado más allá del tercer grado de latitud Sur, y allí vieron un templo magnífico perteneciente a los soberanos del país, a los Incas.

El país estaba poblado y muy bien cultivado; pero lo que sobre todo sedujo a los españoles y les hizo creer que habían llegado al país maravilloso de que tanto se había hablado, fue la gran abundancia de oro y plata; de tal modo, que estos metales se empleaban no sólo en el aderezo y adorno de los habitantes, sino hasta en los vasos y utensilios comunes.

Pizarro hizo reconocer el interior del país a Pedro de Candía y Alonso de Molina, los cuales le hicieron una descripción entusiasta, y se hizo llevar también algunos vasos de oro y algunas llamas, cuadrúpedos domésticos en el Perú. Por último, tomó a bordo a dos naturales, a los que se proponía enseñar la lengua castellana y utilizarles como intérpretes cuando volviese al país.

Sucesivamente fue echando el ancla en Payta, en Sogarata y en la bahía de Santa Cruz, cuyo soberano, Capillana, acogió a aquellos extranjeros con tantas demostraciones de amistad, que muchos no quisieron volver a embarcarse.

Después de haber seguido la costa hasta Puerto Santo, Pizarro hizo rumbo a Panamá, a donde llegó al cabo de tres años, que había empleado en exploraciones peligrosas y que habían arruinado completamente a Luque y Almagro.

Antes de emprender la conquista del país que había descubierto, no pudiendo conseguir que Los Ríos le permitiese alistar nuevos aventureros, resolvió Pizarro dirigirse a Carlos V. Tomó prestada la suma necesaria para ir a dar cuenta al emperador de sus empresas y pasó a España en 1528.

Hízole al emperador una pintura tan seductora del país que iba a conquistar, que obtuvo como recompensa de sus trabajos los títulos de gobernador, capitán general y alguacil mayor del Perú a perpetuidad, para él y sus herederos, y se le concedió al propio tiempo la nobleza, con mil escudos de pensión. Su jurisdicción, independiente de la del gobernador del Panamá, debía extenderse por un espacio de doscientas leguas al sur del río Santiago, siguiendo la costa, que tomaría el nombre de Nueva Castilla, y cuyo gobierno le pertenecería; concesiones, por lo demás, que nada costaban a España, porque era cuidado de él el conquistarlas. Por su parte se comprometió Pizarro a alistar doscientos cincuenta hombres y a proveerse de buques, armas y municiones.

Dirigióse después Pizarro a Trujillo, donde determinó a sus hermanos Fernando, Juan y Gonzalo a seguirle, así como también a su hermanastro Martín de Alcántara.

Aprovechóse de su estancia en el pueblo natal, en Cáceres y en toda Extremadura para tratar de hacer una recluta; pero, a pesar del título de los Caballeros de la Espada Dorada que prometió a los que quisieran seguirle a sus órdenes, no se presentaron muchos.

 
 
     
 
   

Volvió después a Panamá, donde las cosas no llevaron el giro que él se había prometido. Había conseguido que a Luque se le nombrase obispo protector de los indios; mas para Almagro, cuyos talentos y temible ambición conocía muy bien, no había pedido más que la nobleza y una gratificación de quinientos ducados con el gobierno de una fortaleza que debía construirse en Tumbez.

Poco satisfecho Almagro, que había gastado todo lo que poseía en los viajes preliminares, con la pequeña parte que se le concedía, rehusó intervenir en la nueva expedición y quiso organizar una por su cuenta. Fue precisa toda la destreza de Pizarro, además de la promesa que le hizo de cederle el cargo de adelantado, para calmarle y hacerle consentir en renovar la antigua asociación.

Eran tan limitados en aquel momento los recursos de los tres asociados, que no pudieron reunir más que tres pequeños buques con ciento ochenta soldados, de los cuales treinta y seis eran jinetes, y que salieron en el mes de febrero de 1531 al mando de Pizarro y de sus cuatro hermanos, mientras Almagro se quedaba en Panamá organizando una expedición de socorros.

Al cabo de trece días de navegación, después de haber sido arrastrado por un huracán cien leguas más abajo del sitio a que se había propuesto llegar, tuvo que desembarcar Pizarro su gente y sus caballos en la bahía de San Mateo y seguir la costa.

Esta marcha fue muy difícil por un país erizado de montañas, poco poblado y cortado por ríos que tenían que atravesar en su desembocadura. Por último, llegaron a un sitio llamado Coaquí, donde hicieron un gran botín, lo cual obligó a Pizarro a enviar dos de sus buques a Panamá y Nicaragua llevando un valor de más de treinta mil castellanos y gran número de esmeraldas; botín riquísimo que, según Pizarro, debía determinar a muchos aventureros a venir a unirse con él.

Continuó después el conquistador su marcha hacia el Sur, hasta llegar a Puerto Viejo, donde se le reunieron Sebastián Benalcázar y Juan Fernández, que llevaban doce jinetes y treinta infantes.

El efecto que la vista de los caballos y la detonación de las armas de fuego habían producido en Méjico se renovó en el Perú, y Pizarro pudo llegar sin encontrar gran resistencia hasta la isla de Puna, en el golfo de Guayaquil.

Pero más numerosos y más belicosos los insulares que sus connaturales de tierra firme, resistieron valientemente por espacio de seis meses a los ataques de los españoles, que a pesar de haber recibido de Nicaragua un socorro que les llevó Fernando de Soto, y aun cuando hicieron decapitar al cacique Tomalla y a diez y seis de los principales jefes, no pudieron vencer su resistencia.

Vióse, pues, Pizarro obligado a volver al continente, donde las enfermedades del país molestaron de tal modo a sus compañeros, que tuvo que detenerse tres meses en Tumbez, siendo objeto de los ataques continuos de los indígenas.

Desde Tumbez se dirigió a río Puira, descubrió el puerto de Payta, el mejor de aquella costa, y fundó la colonia de San Miguel, en la desembocadura de Chilo, a fin de que los buques que vinieran de Panamá encontraran un puerto seguro.

En aquel sitio recibió algunos embajadores de Huáscar, el cual le hacía saber que se había sublevado contra él su hermano Atahualpa y le rogaba que fuese a auxiliarle.

En el momento en que los españoles desembarcaron para conquistarle, estaba el Perú bañado por el Pacífico en una extensión de 1.500 millas, y llegaba en el interior hasta muy lejos de la imponente cadena de los Andes. En su origen, la población estaba dividida en tribus salvajes y bárbaras, que no tenían idea alguna de civilización y que vivían continuamente en guerra las unas con las otras. Durante una larga serie de siglos habían continuado las cosas en este estado, y nada hacía presagiar que había de llegar una era mejor, cuando en las orillas del lago Titicaca se aparecieron a los indios un hombre y una mujer que pretendían ser hijos del sol.

Aquellos dos personajes, de majestuosa figura, llamados Manco-Capac y Mama-Ocllo, reunieron hacia mediados del siglo XII, según Garcilaso de la Vega, un gran número de tribus errantes y echaron los primeros cimientos de la ciudad de Cuzco.

Manco-Capac enseñó a los hombres la agricultura y las artes mecánicas, mientras qué Mama-Ocllo enseñó a las mujeres el arte de hilar y tejer.

Luego que Manco-Capac hubo satisfecho las primeras necesidades de toda sociedad, dio leyes a sus súbditos y constituyó un Estado político regular, fundándose de este modo la dominación de los Incas o señores del Perú.

Su imperio se limitó en los principios a los alrededores de Cuzco, pero no tardó en ensancharse bajo los sucesores de Manco-Capac, y extenderse desde el trópico de Capricornio hasta la isla de las Perlas, en una extensión de 30°. Su poder llegó a ser tan absoluto como el de los antiguos soberanos asiáticos.

 
     
     
 
   

«Así es que —dice Zarate— jamás ha podido existir país en el mundo en que la obediencia y la sumisión de los súbditos haya llegado más lejos. Los Incas eran para ellos casi divinidades; no había sino poner un hilo sacado de su banda real en manos de cualquiera de ellos, para ser respetado y obedecido en todas partes; y llegaba a tal extremo el absoluto acatamiento a las órdenes del rey, que, quien era portador del hilo, podía por sí solo, sin ningún auxilio de soldados, exterminar una provincia entera, y matar en ella hombres y mujeres, porque a la sola vista de aquel hilo sacado de la banda real, todos se ofrecían a la muerte voluntariamente y sin ninguna resistencia.»

Por lo demás, los antiguos cronistas están conformes en decir que aquel poder sin límites fue siempre empleado por los Incas en la felicidad y el bienestar de sus súbditos. En una serie de doce reyes que se sucedieron en el trono del Perú, no hay ni uno solo que no haya dejado el recuerdo de un príncipe justo y adorado de su pueblo. ¿No buscaríamos en vano en el resto del mundo un país cuyos anales refieran un hecho análogo? ¿No hemos de sentir, por consiguiente, que los españoles llevaran la guerra y sus horrores, las enfermedades y los vicios de otro clima y que en su orgullo llamaban civilización, a pueblos felices y ricos, cuyos descendientes empobrecidos y embrutecidos, ni aun tienen para consolarse de su irremediable decadencia, el recuerdo de su antigua prosperidad?

«Los peruanos —dice Michelet en su admirable Resumen de la historia moderna— trasmitían los principales hechos a la posteridad por medio de nudos que hacían en cuerdas; tenían obeliscos, gnomos regulares para marcar el punto de los equinoccios y de los solsticios; su año era de trescientos sesenta y cinco días; tenían construidos prodigios de arquitectura y tallado estatuas con un arte sorprendente, y en fin, era la nación más aseada y más industriosa del Nuevo Mundo.»

El Inca Huayna Capac, padre de Atahualpa, bajo cuya dominación fue destruido aquel imperio, lo había aumentado y embellecido mucho. Aquel Inca que conquistó todo el país de Quito, había hecho con sus soldados y los pueblos vencidos un gran camino de quinientas leguas, desde Cuzco hasta Quito, al través de precipicios que habían sido terraplenados y de montañas allanadas. Correos de hombres establecidos de media legua en media legua, llevaban las órdenes del monarca por todo el imperio.

Tal era la admirable conservación de aquellos caminos, que para juzgar de su
magnificencia bastará decir que el rey viajaba en un trono de oro que pesaba 25.000 ducados, y que la litera de oro en la cual iba el trono era llevada por los primeros personajes del Estado.

 
   

Historia de los Grandes Viajes y de los Grandes Viajeros
Por Julio Verne
Parte II. Capítulo I
III. LOS CONQUISTADORES DE CENTROAMÉRICA

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Isla Pedro González [Panamá]
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